Leer los relatos cronológicamente. Las fotos son propiedad de Gabriel, salvo mención expresa. El autor de estos relatos ha viajado para conocer los ferrocarriles por Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Brasil, México, etc. Sitio sin fines de lucro.

lunes, 24 de agosto de 2020

La Fiebre

Ya estaba convertido en un “ferroviador”. Los genes de tres generaciones de ferroviarios se habían activado. “Viajar en tren es más barato, y es mejor que en micro”, resonaba en mi mente. Prontamente habría de dar método a mis viajes, planeando visitar todas las ciudades cabeceras de partido antes de ir a otras provincias; y teóricamente habría que visitar primero todas las provincias antes de pensar en ir a otros países a conocer sus ferrocarriles.
Pero había que saber a dónde ir y qué encontrar. En la Biblioteca Nacional consulté el ABC de los Ferrocarriles Sud, Oeste y Midland. Sabía cuáles eran el Sud y el Oeste, ¿pero cuál cuernos era el Midland? En Hemeroteca conseguí un atlas que traía un listado de las localidades del país, con su provincia, partido/departamento, coordenadas geográficas y qué ferrocarril, si lo tenía (algunos lugares tenían una misteriosa indicación ferroviaria “I.R.T.”); era de los años sesenta, y estaba fallado, teniendo una página en blanco, y además se saltearon otra al fotocopiarlo, de modo que me quedé sin las poblaciones entre Balde y Buenos Aires Chico, y entre El Barco y El Shehuen. Me tomé el trabajo de copiar en borrador todos los datos de las localidades bonaerenses, para luego tentar ubicarlas en una hoja milimetrada de las que me sobraron del secundario. Pero estaba visto que iba a necesitar algo mejor; eché mano de un cuaderno universitario cuadriculado y, “con paciencia y con saliva”, lo convertí en un plano ferroviario, con los grados y minutos de las latitudes y longitudes, uniendo con líneas de distintos colores los diferentes ferrocarriles (las seis líneas nacionales). Posteriormente hice lo mismo con las otras provincias.
En el Museo Ferroviario de Retiro consulté los itinerarios de los servicios; había de 1913 y 1922, que me depararon algunas sorpresas sobre nomenclatura de estaciones y empresas ferroviarias. Iba copiando meticulosamente los kilometrajes, para luego pasarlos al cuaderno-plano, hasta que un día recurrí a la mejor opción de llevar el cuaderno al Museo y anotar directamente. También habría lecturas de historia ferroviaria en la Biblioteca Nacional. Pero todo esto se fue desarrollando con el tiempo, si bien creo mejor citarlo aquí de entrada, sobre todo porque no tengo consignado entre qué viajes fui haciendo todo eso (y resultaría tedioso describirlo).
Pues bien, seis días después de Areco, el sábado 7 de octubre, ya estaba listo para otro viaje, llevando un plano de los varios que fotocopié pertenecientes a la Casa de la Provincia de Buenos Aires, donde había una amable empleada que me facilitaba la carpeta para que yo eligiera los que deseaba, otra empleada que me decía “Decime cuál querés y yo te doy” (y yo qué sé, los que vea que haya y quiera agarrar), y un empleado que sonriendo me dijo una vez “No hay planos” (a la vez siguiente estaba otra vez la empleada amable que puso de nuevo la carpeta a mi disposición).
Debo haber salido bien temprano para ir caminando a Colegiales, a tomar el tren a Villa Ballester, a esperar el combinado. Llegó, se llenó hasta los estribos y pensé “Yo ahí no me subo”. Pero cuando sonó el silbato y empezó a moverse me metí entre la masa humana que sobresalía de la puerta. Y sí, viajé sobresaliendo, agarrado precariamente, vi el río Reconquista pasar negro y hediondo allá abajo, en mi primer viaje en ese ramal. Bancalari, General Pacheco, Benavídez. Tal vez en Escobar se bajaron bastantes y pude acomodarme mejor adentro, pero ya no recuerdo. Tampoco sabía bien la combinación de horarios (en esa época había todavía varios trenes “locales” que llegaban hasta diferentes puntos del ramal: San Pedro, San Nicolás, Rosario, aparte de los puramente locales a Zárate); las planillas correspondientes publicadas en Ballester estaban deterioradas, y no eran de confiar, ya que podía haber cancelaciones o vaya a saber qué entuertos.
Llegamos a Campana y me bajé para mirar los horarios expuestos, a ver si ese tren para o no en Zárate y cuándo pasaba el siguiente. Era la misma planilla maltrecha, y le pregunté a un guarda que pasó. Así que volví a subir y bajé en Zárate. Allí me enteré bien del horario y saqué nuevo boleto (con certificado trucho de estudiante; era un boleto con el texto dispuesto en la vertical del cartoncito). Con la Filcar en mano quise llegar a la estación del Urquiza, pero vi que no me daría el tiempo, regresando a las pocas cuadras.
En el nuevo tren pude ir sentado, contemplando los verdes campos provinciales. Las Palmas, Lima, Atucha, Alsina, Baradero. Dos puentes larguísimos sobre terreno esteroso, que apodé “el puente interminable”, consignando la hora de cruce, así como la del paso por las estaciones, que luego pasaría en limpio en mi “Cuaderno de Viajes”, que se iría multiplicando tomo tras tomo, donde pegaba también los boletos a la par del relato. San Pedro, Ramallo y al fin San Nicolás, a recorrer, conocer las costas e insolarme, hasta el regreso, sacando otro boleto de estudiante. Con estupefacción, vi que el guarda, luego de marcar el boleto, en vez de reponerlo en mi mano extendida se lo metía en el bolsillo y se iba. Quedé turulato el resto del viaje. Unos días después fui a Retiro a averiguar por “mi boleto”, y me dijeron que los guardas lo retiraban para control y luego se tiraban. ¡Mi boleto!
El 12 de octubre salí dispuesto a reclamar por el sobreprecio a Areco, y nuevamente a viajar sin boleto y esquivar al guarda. Entonces recapacité: iba a reclamar por el boleto y pretendía no pagar boleto. En ese momento decidí abandonar tal práctica.
En Belgrano tomé el tren a Victoria, y en la oficina expuse mi caso, mostrando los boletos (aunque el precio no figuraba en ellos; uno decía “trenes generales” y el otro no, no sabía si la diferencia estaría en ello). El empleado de más edad le dijo al más joven: “Axel, ¿vos sabés cómo es esto?” El otro telefoneó a la boletería, el precio que le dijeron era el mismo que el de Areco, no el que me cobraron ahí, pero asombrosamente confiando en mi palabra me dio los cien australes de su propia billetera, disculpándose y diciendo que el boletero hacía mucho que estaba y no sabía qué había pasado. Yo solicité que hubiera un cuadro tarifario exhibido (que nunca hubo). Aproveché la ocasión para bajar en las estaciones Rivadavia y Núñez, y “estar en ellas”.
El 21 de octubre estrené otro recorrido: viaje completo a La Plata. Con la Filcar en mano, fui a buscar todas las estaciones que figuraban en el plano. Primera de todas: La Cumbre. ¡Pobre inocente!
Para entonces supongo que tenía alguna idea de los nefastos conceptos “levantamiento de ramales” y “suspensión de servicios” (sabía que el “tren serrano” no pasaba más, y en la Casa de Córdoba pretendieron consolarme diciéndome “¡Pero hay micros!”), ¡pero no estaba preparado para lo que encontré! O mejor dicho, lo que no encontré. Una y otra vez pasaba, un ojo en el plano y otro en el suelo, por donde tenía que hallarse el apeadero La Cumbre del FC Belgrano (ex FC Provincial de Buenos Aires). ¿Dónde estaba el error, por qué no lo encontraba? Supuestamente por allí debía pasar la vía, ¿por qué no estaba? Hasta que con espanto y hondo dolor caí en la cuenta; ¡la vía no estaba! ¡La Cumbre había desaparecido!
La congoja me ganó. Fue como si el mundo se derrumbara. Eso era más que un tren que ya no pasara. Y así dolido bordeé la zona de vía hasta la estación Gambier, donde aún se veían rieles, llegando luego a la estación cabecera La Plata. Había gente en ambas, la primera al parecer convertida en vivienda y la otra tal vez todavía funcionando. Después fui a ver las del Roca, Circunvalación (con el baño tapado y hasta tapizado con residuos varios) y Elizalde, ésta con gente viviendo. Seguidamente fui a tomar el 214 a Berisso, y tras recorrer un poco pasé a Ensenada, descubriendo en el medio la estación Destilería YPF, que fui a visitar. Encontrar la estación Ensenada me costó un poquito porque no estaba donde figuraba en la Filcar; y con desolación constaté que aquello hacía tiempo que no era una estación, y sin duda no se pretendía que lo fuera de vuelta alguna vez. ¿Cómo podían haber hecho eso? ¿Cómo dejar sin tren una cabecera de partido, un área urbana con tanto tránsito? ¿Dónde estaban la lógica y el sentido?
Tomé el 275 de regreso a la estación La Plata, para volver a Constitución. No sabía yo que esos horrores históricos estaban próximos a repetirse.
Fiel a mi interés de ir cada vez en una dirección distinta, el 28 de octubre salí de vuelta tempranísimo para caminar a Caballito y sacar el boleto con letras rojas. Bajé en Merlo para tomar el Horrible y recorrer un nuevo ramal; así llegué a Lobos, donde a su tiempo pretendí echar una siesta en el parque municipal, sin éxito, para compensar el madrugón. Después caminé por el costado del terraplén hasta llegar a Empalme Lobos, notoria por sus dos andenes, y ese nombre “Empalme” parecía tener algo de mágico. Ahí tomé el tren de regreso y bajé a conocer Marcos Paz, lo que incluía la estación del Belgrano (ex CGBA). En ésta copié los horarios manuscritos con marcador y letra antigua que estaban exhibidos en el vidrio; ¡por ahí pasaba un tren! Retorné al Sarmiento para la vuelta a Caballito.
El 4 de noviembre fue el día de la variedad. En Constitución tomé el eléctrico hasta su fin, en Glew, donde agarré el combinante (que ya no existe más), servido por un Horrible. Debería haber hecho el recorrido completo, hasta Altamirano, pero actuaba como si tuviera todo el tiempo por venir a mi disposición, y sólo fui hasta Coronel Brandsen porque tenía el plano en la Filcar. ¿Se puede sacar un boleto de Brandsen a Cañuelas? Pues yo lo hice, cuando terminé mi recorrida de la ciudad. Boleto de cartón, CORONEL BRANDSEN A CAÑUELAS.
El Horrible me llevó de vuelta a Glew. Se oían pollitos que alguien tenía en una caja. En Temperley tuve que preguntar de dónde salían los trenes para ir a Cañuelas. La combinación en Ezeiza y la llegada a Cañuelas con el Horrible, si no recuerdo mal. Ya conocida Cañuelas, a volver. Me bajé en Hipólito Yrigoyen en vez de Constitución, y fui hasta la estación Buenos Aires; hice entonces mi primer viaje en la ex CGBA (por lo menos por mi cuenta, ya que me han dicho que alguna vez olvidada fuimos a Aldo Bonzi vía Tapiales y colectivo), aunque no muy extenso: sólo a Dr. Antonio Sáenz, la primera estación, y regresar a casa. Fue el “día de los once trenes”, aunque la cuenta me da nueve ahora; debo haber bajado en alguna estación y no lo tengo consignado.
El 7 de noviembre, habiendo salido temprano del trabajo, tomé el tren en Belgrano y bajé en Victoria para combinar con el Horrible y conocer Capilla del Señor, incluyendo su estación Capilla del Urquiza. Después fui a recorrer Los Cardales, la anterior, antes de la vuelta definitiva.
El sábado 11 fui a conocer San Pedro (lo cual tuvo que ser bajo una lluvia casi constante, y al regreso bajé en Miguelete para tomar el local a Colegiales), y el domingo 12 General Las Heras (el ramal a Lobos), volviendo hasta Marcos Paz para ir al Belgrano y... ¡tomar el tren a Villars!, extensión desde González Catán que se producía temprano a la mañana y tarde por la tarde. Era todo un recorrido exótico. Y saqué boleto de ida en Marcos Paz para tener otro de Villars. En la primera había un cartel que decía “Saque boleto, para que no saquen el tren”. No sé si sacaron boleto o no, pero el tren, sí.
El día 18, tempranero a Glew, para agarrar uno de los dos trenes (mañana y tarde) que iban a Ranchos. Mi impericia en interpretar las planillas de horarios y mi desconocimiento del momento sobre recorridos, me produjo una confusión. Vi horarios hasta Altamirano, que se continuaban en otros a Chascomús, y seguían otros a Ranchos y General Belgrano. No entendí que eran recorridos diferentes y pensé que era algo lineal, que primero venía Chascomús y luego Ranchos. De Ranchos tenía plano, no de Gral. Belgrano, y eso decidió dónde quería ir. En la boletería de larga distancia de Constitución me vendieron el boleto de cartón de clase turista, con su franja roja, por suerte no uno de esos horribles pasajes de computadora.
En Glew subí al combinante. Pasamos las estaciones locales (Brandsen, Altamirano, etc.) y nos desviamos por el ramal (aunque eso yo no lo sabía). Pasó la estación Alegre y luego, para mi gran sorpresa, apareció Ranchos. ¿No tenía que venir Chascomús, primero? ¿Qué estaba pasando? ¡Si en Ranchos tenía que tomar ese mismo tren, cuando volviera de Gral. Belgrano, para bajar en Chascomús! Estaba tan confuso que no atiné a moverme, y seguí viaje, y así me vi en General Belgrano. ¿Dónde estaba Chascomús?
Y bueno, pasé el día allí, me insolé, vi el río Salado y para la vuelta solicité boleto a Glew, recibiendo uno de clase turista a Longchamps. A bordo había dicharacheros. “¡Vamos, guarda, apure esa máquina, que viene mi suegra, montada en una vaca!” “¡Que suban los guardas!” “¿Toco la campana?”
El tren no terminó en Glew sino en Temperley. Esperando allí la combinación a Constitución, vi en un pizarrón la fatídica noticia: en breve iban a cancelar los trenes a General Alvear y Tandil. Era la nefasta época ferrocida de “el Turco” y “el Pelado”. ¡Tenía sólo tres fines de semana para viajar a las cabeceras de partido!
Gabriel Ferreyra
El "Ferroviador" Azul

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