Leer los relatos cronológicamente. Las fotos son propiedad de Gabriel, salvo mención expresa. El autor de estos relatos ha viajado para conocer los ferrocarriles por Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Brasil, México, etc. Sitio sin fines de lucro.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Servicios Moribundos

Sábado 25 de noviembre, a Caballito, tren a Merlo. Allí, el Horrible a Empalme Lobos. Tenía el plano de Lobos, pero no el de Empalme, y no se me ocurrió otra cosa que empezar a dibujarlo, en hoja cuadriculada, siguiendo luego por la calle al norte de la vía hasta Lobos. Compré de comer en el Supercoop (ya desaparecido), y a su hora regresé a la estación a sacar boleto. La franja no era roja sino anaranjácea, como si se hubiese decolorado.
Llegó el tren, presto a llevarme a territorios desconocidos. Con la luz moribunda llegamos a la siguiente, Fortín Lobos, y a poco cerró la noche. Salvador María, Roque Pérez, Del Carril, Cazón, Saladillo. Con razón querían sacar el tren: viajaba poca gente, y el mayor movimiento era entre intermedias. No hacía falta llevar tres coches para eso. En cuanto se hicieron las diez, intenté dormir; oh, iluso. La Barrancosa, José María Micheo, sin verles los carteles, estaciones oscuras. ¡¿Y por qué el tren iba tan lento?! Como para que no llegara a cualquier hora. En ese entonces pensé que era algún capricho.
Cerca de la medianoche llegué a General Alvear, fin del viaje. Di unas insensatas vueltas por todas partes, sin preocuparme que los policías me miraran raro, con un cartón de Cepita de uva en la mano. En la plaza central me senté a comer tarta que había llevado, y más tarde me recosté contra un árbol para intentar dormir un poco, ya que el tren volvía como a las tres de la mañana. Pero era imposible. ¿Y si me quedaba dormido de largo y perdía el tren? Volví a la estación, di más vueltas por el centro y al fin fui a sacar boleto.
Me tiré en el asiento, y debo haber dormido unos minutos. ¿Cómo era posible que no me durmiera bien? Al fin me senté y miré clarear el día, hasta que al amanecer bajé en Lobos. Me fijé a qué hora salía el local y caminé a Empalme Lobos, por mi impulso ambulatorio. ¿Que por qué no tomé el tren hasta Once? Para beneficiarme de la diferencia de precio al tomar el local; tenía una obsesión por el ahorro. Allí en Empalme los boletos que daban no eran los locales del Sarmiento sino tipo clase turista (blanco con franja roja), y si recuerdo bien decían “FC Roca”, y “a Caballito / Línea Sarmiento”.
El 1º de diciembre, a la salida del trabajo, fui a conocer la estación capitalina Luis María Saavedra, ya de noche.
El sábado 2 a la tarde repetí el viaje a Caballito, Merlo y Empalme Lobos. Mientras se aproximaba una tormenta, dibujaba el plano de Empalme Lobos del lado sur de la vía, llegando a Lobos ya por cuarta vez. De nuevo el Supercoop y el tren, los escasos pasajeros. Esta vez bajé en Saladillo, y estuve buscando dónde tirarme a dormir, hasta que al fin ganó la sensatez y me fui a un hospedaje. Menos mal, porque hubo un temporal horripilante.
A la madrugada escuché pasar el tren y ya no pude conciliar el sueño. Desde la mañana anduve recorriendo la ciudad y dibujando un plano de la misma, a falta de otra cosa, hasta tomar el tren a la madrugada. ¡Si se me hubiera ocurrido entretenerme tomando micros a estaciones intermedias! Pero lo que ocurrió fue que un diagrama urbano de una estación de servicio vi trazada ¡la vía del FC Provincial! Así que fui hasta los rieles del Roca y empecé a caminar esperando encontrar la trocha angosta. Terminé saliendo de la ciudad y no había encontrado nada, y seguí y seguí, ahora por la vía.
Cuando pensé que era insensato seguir, también era insensato volver, de modo que no paré hasta la estación Cazón. Antes de llegar a ella, anotando mis peripecias, clavé dos o tres veces el pie en sendos pozos, y se me resintió la articulación fémur/cadera izquierda, aunque por el momento no sentí nada. Di unas vueltas haciendo el plano del pueblito, vi los tentadores carteles que indicaban que Juan Tronconi y Juan Atucha (del Provincial) estaban a 11 kilómetros y me quedé ahí en el andén a esperar el tren. Pasó un carguero hacia Lobos; ¡si hubiera pasado lo suficientemente lento como para subirme! Cayó la noche, llegó gente, tomé el tren a General Alvear, para esperar menos tiempo el regreso. Otra vez vueltas, ay mi pierna; me subí al tren y traté de dormir, pero en vano. En la lista de precios figuraba Liniers; ¡tener un boleto de larga distancia que indicara una estación local! Lo pedí, pero me dieron una “cosa” hecha manuscrita, con tapas de papel grueso.
De nuevo el no poder dormir. Y como el tren no paraba en Liniers, tuve que bajarme en Haedo para tomar el local, que venía lleno, y me equivoqué y bajé en Ciudadela. Ya en Liniers, para salir de la estación y tomar colectivo a mi casa tuve subir y bajar el puente; ¡ay mi pierna!
Ahora ya no me quedaba sino Roque Pérez, última cabecera de partido del ramal, en el último viaje que podía hacer en el mismo antes de que lo cancelaran. Pero también sería la última vez que correría el tren a Tandil, que estaba más lejos.
El 8 de diciembre me fui a Cañuelas. No quería el horrible SEREP (Sistema Electrónico de Reserva y Expendio de Pasajes), el “boleto de computadora”, sino el entrañable boleto de cartón. Por supuesto, en clase turista, para pagar menos. (Con el tiempo, los aumentos de tarifas fueron siendo en mayor porcentaje para la clase turista, menos para la primera y menos para el pullman, acercando los precios de los boletos.) Y el deambular por los coches, buscando asiento, hasta dar con uno, y mi pretensión aún impenitente de dormir a voluntad sentado derecho en esos asientos.
En “la curva de Las Flores” se cayeron del tren unos muchachos que iban en la puerta, y estuvimos parados flor de rato. En vez de a la una o dos y algo de la madrugada, llegamos a Tandil a las cuatro y once. Me quedé sin Roque Pérez en tren pero viajé por un nuevo ramal. Busqué dónde tirarme a dormir. Me acosté unos momentos en el terreno de una escuela hasta arrepentirme, volví hacia la estación y me fui a sentar a una plaza cercana, dormitando en medio de la espesa niebla durante algún rato, sentado y la cabeza apoyada sobre el bolso.
Durante el día anduve de recorrida, me insolé, y hacia el crepúsculo crucé la vía para ir a conocer del otro lado. Vi una garita con el cartel EMPALME MOVEDIZA. Y mi pierna se estaba resintiendo nuevamente; y justo voy a clavar el pie de punta contra un baldosón de cemento que estaba levantado. Vi las estrellas. Era de noche ya y encontré una vía, que seguí hasta un pastizal cerca de un cuartel. De nuevo en la estación, miré los horarios escritos en un pizarrón tratando de entenderlos, y lo que entendí no me gustó: el tren que yo había tomado ni siquiera era el que iban a sacar, sino el que iba a Quequén (pasando por Tandil), que no iban a sacar. De modo que había perdido en vano el último tren a Roque Pérez. Peor aún: había paro de maquinistas.
Tuve que ir a tomar un micro, ¡desgracia, baldón, oprobio! A la mañana, desde la autopista, vi por allí abajo ¡el CALU! Sólo mucho después hube de comprender que en realidad se trataba del Premetro.
Allí en Tandil, viendo la peculiar forma de la iglesia, fue donde se me ocurrió por primera vez la idea de sacar fotos, para mostrar las diferencias arquitectónicas en municipalidades y templos, además de ilustrar con las imágenes de las estaciones en qué sitios había estado. Pero como no sabía nada de cámaras, la idea tardaría en cuajar.
El 17 de diciembre hice mi segundo viaje a Zárate, y esta vez, guiado por la Filcar, llegué a la estación del Urquiza. No comprendí por qué estaba cerrada, con botellas rotas en el andén y sin ninguna indicación de los trenes que pasaban por allí (horarios, por lo menos). Regresé al Mitre y fui a Baradero. Para la vuelta, dejé pasar el rápido para esperar el “local” y bajar en Villa Ballester, a fin de pagar menos que yendo a Retiro con el primero. ¡Qué insensatez! ¡Serían unas chirolas menos! Pero era algo obsesivo.
El día 22, llevé a mi hermanito a juntar boletos a Glew, Longchamps, Berazategui y Quilmes. El 28 fui a conocer el ramal a Bartolomé Mitre, la línea “R” que hasta los años sesenta se extendía a Tigre, “el ferrocarril del Bajo”. Caminé hasta la ex estación siguiente, Borges, y de ahí fui a Olivos para combinar en Victoria con el Horrible, a visitar de nuevo Los Cardales. La primera vez había visto un cartel que indicaba la dirección a Almirante Irízar, la siguiente de Villa Rosa (FC Belgrano), pero creo que no la distancia. Anduve por un camino de tierra mientras caía el Sol, y al fin desistí.

Gabriel Ferreyra
El "Ferroviador" Azul

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