Leer los relatos cronológicamente. Las fotos son propiedad de Gabriel, salvo mención expresa. El autor de estos relatos ha viajado para conocer los ferrocarriles por Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Brasil, México, etc. Sitio sin fines de lucro.

jueves, 17 de septiembre de 2020

La Intensificación

El 28 de diciembre de 1990 nos largaron temprano del trabajo. ¿En qué podría aprovecharlo? ¡Oh! Se me prendió la lamparita.
Llegué a casa, preparé el equipaje y me fui a Constitución. La cola seguía larga, llegaba la hora de salida (las 22:00) y al fin dejaron de vender pasajes. En el acceso al andén le expliqué la situación al guarda. “¿Adónde va?” Se lo dije. “Vía Ranchos”, me previno. Y total, qué importaba por cuál vía fuera, si era el único que iba a salir.
¡Vía Ranchos, qué aventura! Un viaje nuevo y por un ramal inactivo. ¿Qué más se podía pedir?
El tren estaba relleno. Quedé a la entrada del salón del coche. Al fin partió. Estábamos a oscuras, como a mí me gustaba. Otros pasajeros parados, encendedor en mano, trataban de manipular el tablero eléctrico para encender la luz, y yo rogaba que no lo consiguieran. Mientras, el tren, en vez de agarrar la curva de Turdera, siguió vía Glew. Al pasar por Brandsen vi luces de locomotora en el ramal a Ringuelet, esperando que pasáramos. Cuando quedó parado en Jeppener, un pasajero empezó a abrirse paso.
-¡Permiso! ¡Permiso! ¿Esto es San Miguel del Monte?
-No –le dije–. Jeppener.
-Me parece que no pasa por Monte –dijo otro.
-¡¿Cómo que no pasa por Monte?!
-Bah, no sé. Creo que sí.
Yo no abrí más la boca. El tren siguió, pasamos por Altamirano (en 1913 se llamaba Facio, y Coronel Brandsen, Ferrari), agarramos el ramal, Alegre, Ranchos, Villanueva, Río Salado (ex Bonnement), General Belgrano. Más allá, ERA DESCONOCIDO.
Conseguí llegar a la puerta trasera, para mirar el viaje por el ventanuco. Por desgracia no podría ver los carteles de las estaciones, ni la luz del reloj era suficiente para mostrarme la hora y anotarla. Pasamos por Chas y tomamos el ramal. Vi el paso de Newton y Rosas, y llegamos a Las Flores, para seguir ahora sí la vía principal.
No tenía boleto, y bajé a sacar. No estaba el boletero. Apareció el guarda y golpeó la madera, llamándolo. Saqué en clase turista, por supuesto, y al salir al andén el guarda dijo “¿Ya está?” y dio señal de partida. Me apuré a subir al primer coche que tenía delante, un primera, y no pude pasar al turista por toda la gente tirada en el piso en la zona del baño. Me quedé parado en el salón, uno más de tantos. No habría problema hasta Olavarría, en que cambiaban los guardas.
En Azul se bajaron los dos que estaban sentados delante mío. Me colé al asiento de ventanilla. Al llegar a Olavarría bajé y pasé al turista, al acceso, a mirar por el ventanuco, pues el ramal que tomaríamos ahora, para mí, ERA DESCONOCIDO.
No podía ver las estaciones porque pasaban oscuras, y el tren no paraba hasta Laprida. Pero fue clareando y amaneciendo. Vi Paragüil, Krabbé y Reserva. Paró en Coronel Pringles. Vi el puente del Mitre. Pasaron Stegmann y Peralta. Paramos en Sierra de la Ventana, con sus hermosos paisajes, y en Saldungaray (ex Cuatro Picos), Estomba y Cabildo. Vi pasar Cochrane, Corti, Calderón, no el Empalme Grünbein, sí Grünbein y Spurr, y una locomotora desconocida. El paisaje se veía más patagónico que pampeano. Al fin arribamos a Bahía Blanca, una especie de meta para mí, como decir, en mayor escala, Bariloche. Había estado una vez antes, cuando tenía tres o cuatro años, y recuerdo todavía estar en el coche comedor en el regreso a Constitución, para el desayuno.
Salí a recorrer, a encontrar el centro por mi cuenta. Compré un plano de la ciudad y durante el día mis logros ferroviarios fueron la visita a la estación Bahía Blanca Noroeste, del ex Ferro-Carril Bahía Blanca y Noroeste (que quebró y pasó al FC Buenos Aires al Pacífico –nacionalizado como San Martín– y después al FC del Sud –luego FC Roca–; tras la nacionalización, algunas secciones fueron transferidas al Sarmiento), estilo “casilla de chapa” y sin carteles, y una vista de la estación Loma Paraguaya, hecha vivienda, del mismo ex ferrocarril en su ramal a Ingeniero White, donde su estación cabecera se llamaba Garro.
A la noche tomé el tren de regreso a Constitución. Luego de Las Flores fui a la puerta del coche, para asomarme bien y ver las estaciones por si agarraba de nuevo el ramal a Chas. Pero no, siguió por vía normal.
Como un tonto pospuse viajar en los trenes al Mercado Central. Tenía uno desde la estación Buenos Aires, que luego de Tapiales se desviaba pasando junto a Agustín de Elía y se metía en el Mercado. Y otro del ramal Haedo-Temperley, que se desviaba luego de Elía. ¡Y más aún! ¡Ese recorrido se extendió, partiendo de Caseros, por el viejo enlace Caseros-Haedo! Pero por dejar las cosas para un futuro impreciso, se me fueron.
El 31 de diciembre fui a Sáenz (ya no más a Buenos Aires) a tomar el tren a Castello, de donde me metí al Mercado Central ya no recuerdo por dónde, a través de una alambrada, y conocí los andenes de ambas trochas. Después anduve rondando por Aldo Bonzi y Tapiales, donde tomé el tren a Sáenz.
Por ese entonces no teníamos fecha fija de cobro de sueldo, y tenía que esperar a haber cobrado diciembre antes de pensar en irme de viaje.
Por esto recién el 14 de enero de 1991 fue que acudí a la tarde a Retiro, a tomar el Horrible de larga distancia, por suerte con boleto de cartón y consiguiendo asiento.
Por las diez y media de la noche llegué a Pergamino, pernoctando en el hotel Fachinat, frente a la estación, medio careli. A la mañana recorrí la ciudad, el arroyo Pergamino y llegué al querido Belgrano (CGBA), con su típica arquitectura. Anduve averiguando si se podía tomar algún tren de carga, no fuera de la provincia ni a algún sitio de donde fuera problemático volver. A la tarde se fue uno a Tambo Nuevo, y quedó otro con destino a Buenos Aires que saldría después, y que llegaría luego de viajar toda la noche, cosa que no me hacía ninguna gracia. En algún momento del día había vislumbrado en playa a una Cooper con el esquema blanquiazul, con la que me quedó fijación como el epítome de la hermosura ferroviaria.
Permanecí en la estación y las horas pasaron. Entrada la noche se fue el tren, estando yo acostado en un banco de la sala de espera. Cuando se hicieron como las cinco de la mañana fui a tomar el Horrible del Mitre, que regresaría de territorio santafesino. Nuevamente a caminar el andén en espera del tren, hasta que se vio su luz a lo lejos y se oyó el ¡puuuuuu!
Vi pasar la estación Fontezuela, donde no tenía parada. Bajé en Capitán Sarmiento, en mi sistemática recorrida de cabeceras de partido. No había nada peculiar allí, y pasé la mañana intentando recuperar el sueño perdido en el terraplén de la ruta, lográndolo tal vez por quince minutos. Se me hizo tarde para comprar de comer, debiendo recurrir a algo de chocolate. Por la tarde estuve entreteniéndome en caminar por la vía hasta el campo abierto, y en el crepúsculo me senté en el andén a comer bananas y esperar el tren.
Arrecifes fue el siguiente punto, donde al otro día pasé un buen rato en el arroyo. Las largas horas nocturnas hasta el regreso del Horrible las cumplí en una garita de micros. Ya en la estación, pregunté si el tren venía a horario; sí, y entonces saqué boleto a Areco, pues tendría una hora hasta la salida del tren local. Di una rápida vuelta por el hermoso San Antonio de Areco, hasta el río. La vez anterior había visto un boleto verde en la boletera, y ahora pregunté por él; lo más parecido que quedaba era uno blanco con franja verde desvaída, o verde viejo tal vez, a El Talar. Lo compré y bajé en tal estación; tardó el tren lo suficiente como para sacar boleto y resubir, pero no lo había previsto, y se me fue. Entonces caminé a General Pacheco, para la combinación Ballester-General Urquiza y tomar el 127 a casa.
Más aumentos de tarifas, cumplidos o en puerta. Mejor apurarse a los lugares lejanos.
El 20 de enero fui a tomar el tren de las 22:00 en Constitución. Otra vez parado. Recién en Olavarría se desocupó lo bastante como para sentarme en el acceso, donde dormité sentado un ratito. Llegados a Bahía Blanca a la mañana, bajé para ir al baño. Por suerte engancharon otro coche y pude ir sentado, mientras leía La libertad es un tren, de Germán Sopeña. O puede ser que me equivoque y eso fue en una ocasión posterior, y en la presente seguí parado en el acceso, mirando a ambos lados para no perderme las estaciones. ¡Un nuevo recorrido!
Retrocedimos, pasando de nuevo por Spurr, y tomamos el ramal. Aguará, Ombucta, Teniente Origone, Mayor Buratovich, Hilario Ascasubi, Pedro Luro, el inmenso río Colorado con su escasa agua e islas de arena, Juan A. Pradere, Igarzábal, Villalonga, Emilio Lamarca, Stroeder, José B. Casás, Cardenal Cagliero ¡y Carmen de Patagones!, por las siete de la tarde; un destino casi mítico.
Conseguido un hospedaje (el Hotel Bynnon), salí a recorrer. He allí el río Negro, con su urbanización en la otra orilla. “Ahí enfrente es Viedma”, me dije. Claro. “Viedma es la capital de Río Negro”. Claro. “Ahí enfrente es otra provincia”. Ahí me dio un patatús. ¡Otra provincia!
Al día siguiente recorrí Patagones. El plan era no pasar a otra provincia antes de terminar la de Buenos Aires, pero... No podía desaprovecharse una oportunidad así. Digamos, hacer un salida “no oficial” de Buenos Aires.
Al otro día fui a la estación y agarré la vía, directo al sur. Agarré el desvío al Cerro de la Caballada hasta su fin, retrocedí y continué. El puente vial-ferroviario sobre el río Negro, y la entrada en la Provincia de Río Negro, por Viedma. Seguí los rieles. A la izquierda, allá abajo, una múltiple vía llegaba a la costa, mientras yo iba por terraplén. Tuve que bajar, cruzar una calle y resubir, pues caminar sobre durmientes desnudos siempre me dio vértigo. Y llegué a la estación Viedma, apartada de lo urbano. Extraños colores y diseños de pintura. Horarios en el pizarrón, según “hora de Río Negro”. Época del ferrocarril estatal, que se podía andar libremente por la estación. Aproveché para ir al baño.
Pasé la jornada en Viedma, en el río, lo mismo que la víspera en Patagones, y volví en colectivo. A la siguiente era el regreso del tren desde Bariloche, por las 15:30, así que sólo pasé el tiempo restante sentado en la costa antes de ir a la estación.
Comodidades agotadas. Saqué a Bahía Blanca, por alguna razón olvidada o porque sólo vendían hasta allí. ¿Conocen la canción “Y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres...”? Bueno; dieron las tres, las cuatro y las cinco, las seis y las siete. Yo recorría de una punta a otra el andén principal, una y otra vez, y después el secundario. “A las siete viene el tren”. “Viene a las ocho”. “A las nueve viene”. Vino creo que a las 22:11. Escuché que había estado parado como seis horas en Cortizo, dato sin significado para mí (es un empalme por San Antonio Oeste).
Ilusionadamente, me puse a buscar asiento. Encontré uno desocupado y me senté. “Está ocupado. Está ocupado”. Finalmente terminé acostado en un acceso, lo mismo que otros. Pasó el guarda y le tendí el boleto, y al retender la mano para recuperarlo, me dijo: “Si es a Bahía Blanca se lo retengo”. No me sentí con ánimo para reclamaciones y perdí mi boleto de cartón. Durante la noche, por el ventanuco sin vidrio entraba una lluvia de polvo del desierto, bañándome. Escuché que en una estación no paraba o ya había arrancado y una mujer “se tiró del carro”, rodando por el andén.
Llegando a Bahía Blanca a la mañana en vez de a la nochecita anterior, pasó otro guarda retirando boletos. Me hizo uno Aguará-Constitución. En Bahía, pregunté a un operario si iban a poner otro coche (como a la ida). “No. No hay, coche”.
Se suponía que debería llegar a las 9:00 a Constitución. Yo iría a mi casa, me bañaría, comería bien, dormiría la siesta y a la tarde saldría de vuelta. Pero llegó a la tarde, me fui a las apuradas al subte, llegué a mi casa, tiré la ropa sucia, manoteé ropa limpia, me puse un pedazo de queso en la boca y salí a las disparadas, no a tomar el colectivo sino a caminar a Caballito, a paso veloz. Descartaría incluso ir a Luján, pues quería sentarme de entrada, así que fui a Haedo, la primera parada de todos los trenes de larga distancia.
¡Bien, boleto de cartón, y con asiento! Supongo que el nuevo ramal que transitamos fue el que se desprende de Bragado (el que salía de Once a las 18:35 llegaba al mismo sitio pero por el ramal de Suipacha), hasta General Viamonte (estación Los Toldos), tomando ahí el ramal a Bayaucá, que todos decían “Bayauca”, y de Lincoln el ramal por General Pinto, el puente del Mitre y finalmente General Villegas, donde terminaba el de las 18:35, pero éste seguía a La Pampa.
Apenas clareaba. Encontré un hospedaje pero había que ir a preguntar más tarde. Salió el Sol. Seguí la vía buscando el puente o el cruce con el FC Belgrano (CGBA), sin hallarlo (estaba desorientado), y me senté en el riel a comer una naranja. Por mí mismo llegué al fin a la vista de la estación belgraniana, punta de riel de ese ramal, convertida en casa, alambrada, dividida. Pude pasar a ver el cartel, pero el edificio quedaba en otro terreno, separado por alambrada.
Dormité sentado al lado del hospedaje, esperando que se hiciera la hora de pedir pieza. Había estado toda la noche despierto, mirando las estaciones, después de apenas mal dormir la noche anterior desde Patagones a Bahía Blanca. No había nada que hacer hasta la tarde siguiente. Dormí la siesta y me bañé; el agua era salada. Por eso en Rivadavia (menos salada), la de la estación tenía gusto a moco.
Las últimas horas antes del tren, el día 27, las pasé leyendo tendido en la plataforma de un tolva. A la noche habré llegado a Once o Haedo, para gastar menos.
El 28 fui a Quilmes por un asunto de encargarle fotos ferroviarias a un fotógrafo, “el Charly”. A la tarde decidí tomar el San Martín a Vedia, y por el asunto de gastar chirolas menos lo haría vía Mercedes con el Sarmiento.
Yo pretendo respetar especialmente a los ferroviarios a causa de mi amor por el ferrocarril. Pero los ferroviarios son personas, y así como hay personas idiotas, hay ferroviarios idiotas. Fui a Caballito y saqué boleto a Mercedes. En Moreno, el parlante avisó que el tren a Mercedes estaba cancelado, y que había que ir a la oficina para cambiar el boleto por el del rápido. Fui, y mientras uno de los empleados se dedicaba a eso, le dije que tenía que ir a Mercedes para tomar el San Martín...
-Ésas no son combinaciones, sino coincidencias –me dijo con tono sentencioso.
Otro empleado, enjuto, de anteojos oscuros y aspecto de comprensión limitada, me dijo que tenía que ir a boletería a cambiar el boleto y pagar la diferencia (los otros pasajeros no tenían que pagarla no sé por qué).
Le dije que quería saber si el rápido llegaba a Mercedes a tiempo para tomar el otro.
-Ésas no son combinaciones, sino coincidencias –volvió a sentenciar el primero.
-Vaya a sacar la diferencia.
-¿Me puede decir a qué hora llega a Mercedes? –le pregunté, señalando la tabla de horarios, que tenía al lado suyo.
-Vaya a sacar la diferencia.
Y como tonto yo también fui a cambiar el boleto por uno de clase turista y pagar la diferencia. Fui al andén de salida de los locales, donde había uno estacionado. Allí estaba el magro pocas luces.
-¿Éste es el rápido?
-¡No puede tomar el rápido! ¡Tiene que sacar la diferencia!
-¡Ya saqué la diferencia! –exclamé casi exasperado, sacando el boleto del bolsillo y mostrándoselo, como una cruz a un vampiro. Entonces me dijo que el rápido iba a llegar por el otro andén.
Parado en el acceso, el rápido pasó como flecha ante las estaciones locales. Debe haber parado en Luján, también. Bajé en Mercedes y pasé a la solitaria Mercedes P. Entré en la oficina.
-¿El de Junín ya pasó?
-Sí.
En un estado de ánimo indefinido caminé hasta la estación del Belgrano, pasé por el andén, de visita, y regresé al Sarmiento, para el triste regreso a Moreno-Caballito. Qué iba a ir a decir “Por su culpa perdí el tren”. A ver si todavía llamaban a la cana.
Al día siguiente lo intenté de nuevo, con suerte. Más allá de Junín, ERA DESCONOCIDO. Por la medianoche o poco antes bajé en Vedia. Pregunté en la estación cómo llegar a la del Belgrano. Siguiendo las indicaciones, caminé por la vía, iluminada por las estrellas, y en el cruce agarré el camino, entrando en el terreno de la ex CGBA, donde estaba la punta de riel de ese ramal, desprendido de Pergamino. Pretendía pasar la noche en algún banco que tuviera en el andén, pero estaba convertida en vivienda (o era la vivienda del jefe de estación más bien). Tuve un breve diálogo a través de la ventana con mosquitero, con el jefe, le pregunté si era la estación del Belgrano y dónde estaba Fortín Acha (creo que me dijo a cinco leguas). Ya no me acuerdo qué pretendía yo al ir a joder gente de noche, pero me fui a tirar al banco del San Martín, luego de recorrer el centro, que estaba animado, para mi sorpresa; creía que los provincianos se iban a dormir temprano.
Pasaban los rápidos a una velocidad monstruosa. Al volver a Mercedes tomé el tiempo mientras miraba los postes de kilometraje. ¡150 km/h! ¿Me habría equivocado? Medí de nuevo; sí, era correcto. Superaba los 120 del de Mar del Plata. Llegando a Mercedes, otra vez me sobresaltó ver una estación llamada Mercedes antes de que apareciera Mercedes P. Allí había un misterio.
Al día siguiente, 31 de enero, se cumplió un año de mi primer viaje de larga distancia en el San Martín, de José C. Paz a Chacabuco.
Gabriel Ferreyra
El "Ferroviador" Azul

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