Leer los relatos cronológicamente. Las fotos son propiedad de Gabriel, salvo mención expresa. El autor de estos relatos ha viajado para conocer los ferrocarriles por Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Brasil, México, etc. Sitio sin fines de lucro.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Los Viajes Encadenados

El 14 de julio de 1990 empezó mi época de los viajes más extensos, sin grandes audacias, pero es que todo tiene un principio.
Luego de posponer la idea varios fines de semana, por amenazas de lluvia, al fin me decidí. Un nublado sábado a la mañana fui a sacar boleto a Lacroze, y para mi agrado el boleto era el común de cartón. Me ubiqué atrás de todo en el Horrible, parado, para ver todo el trayecto por el ventanal y distinguir bien las estaciones, anotando todo. La vez de Rojas y la vuelta de Giles habían sido en tiempo nocturno, así que este viaje sería toda una novedad.
Tenía una primera parada en Villa Lynch, apenas cruzada la General Paz, que conserva el edificio original, a un lado de los andenes actuales elevados para el tren eléctrico. Después pasaron Fernández Moreno y un edificio que me pareció “una estación antigua del Urquiza”, poco antes de Lourdes. Y sí, era la estación Lourdes original, según sabría después. Tropezón, Villa Bosch (con su edificio original a un lado, llamada primitivamente Caseros, aunque todavía no estaba enterado), Martín Coronado, Pablo Podestá, Jorge Newbery y una segunda parada en Rubén Darío, donde se desprende el ramal a Lemos. Unos metros después estaba la estación Pereyra, que todavía figuraba en la Filcar, pero de la que nunca encontré trazas, sólo galpones en su lugar. Ni trazas de la Parada Gallo. Entonces el tren ya era dueño de su ramal y paraba en todas durante un buen trecho. Bella Vista, General Sarmiento, Altimpergher, Piñero, Juan Vucetich (sin carteles), Toro, Manzone (y luego el ignorado Kilómetro 45, ya por Pilar), Pilar y Fátima (donde se desprende el ramal a Zárate y la Mesopotamia).
Creo que no paró en Santa Coloma, apeadero con la armazón de la casilla de chapas. Etchegoyen y Torres. A Alastuey no lo vi. Ruiz, la desconocida Cucullu (que no llegué a distinguirle el nombre, pues no paró), Giles, Heavy, Carmen de Areco, las humildes Tatay y Kenny pasadas de largo, Gahan y Salto, que era mi destino. Dejé las cosas en un hospedaje (que estaba a 25.000 australes, o sea $2,50 actuales; ahora debe estar a $25) y salí de recorrida, que incluía la estación del Belgrano (CGBA), con su típica arquitectura.
Al día siguiente tomé un micro a Carmen de Areco, para el tren de la tarde. Era mi primera concesión hecha a un micro, a fin de visitar dos lugares en la misma ocasión. A la hora de sacar boleto vi en la boletera (¿se llamará así?) uno blanco con franja rosa desvaído. No me animé a preguntar qué boleto era ése. Sabía que los boletos de empleado tenían aspectos particulares. No lo tengo consignado, pero supongo que saqué a General Sarmiento, para tomar en San Miguel el local a Chacarita, e intentar esquivar al guarda birlador de boletos (no estaba el mismo); quizá le pedí dejármelo y accedió.
El 18 de julio (sí, otro viaje; tenía francos, vacaciones de invierno, días particulares y esas cosas) fui a Mercedes para una nueva aventura en el Sarmiento, no sacar SEREP y salvar una diferencia de precio. Era una noche de invierno. Los servicios habían estado cortados por inundaciones (o así figuraba en Once), de modo que no estaba muy seguro si había tren para donde pretendía. Sí, había, pero no boleto; me confeccionaron un pasaje de boletas de papel, triplicadas, que nunca había visto ni volví a ver; creo que me cobraron 40.000 australes.
Durante la espera, alguien me dio conversación; era ferrófilo (ahí conocí la palabra), me mostró fotos ferroviarias y me habló de la revista Tren Rodante y dónde conseguirla.
Llegó el tren, lleno, y tuve que ir parado hasta Bragado. Toda la noche en clase turista, sin ver las estaciones, con la luz del coche prendida. Antes de llegar a Trenque Lauquen me levanté y fui a ver por la puerta trasera del coche; era una negrura absoluta. Bajé en Pellegrini, última cabecera de partido antes de ingresar en La Pampa. Aguardé en la sala de espera hasta que clareara. En esa ciudad esperaría hasta tomar el tren de regreso, como a las once de la noche. No pensaba en adelantar viaje yendo a otras ciudades en micro porque era una herejía. De modo que pasé las largas horas yendo de aquí para allá, sentado en una garita en la ruta, otro rato en la estación, y así. Estaba en medio de la pampa y no había ningún atractivo.
Como a las cinco de la mañana bajé en Bragado. Había otro tren (el que venía de General Pico), que al rato se fue. Me quedé en la sala de espera junto con otros pasajeros. A las siete salí al nocturno día y caminé directo hasta la municipalidad a pedir un plano (coleccionaba los planos, también); la traza de la ciudad era típica, y me “guié solo” desde la estación.
Había más trenes circulando, así que tomé uno a Chivilcoy. La estación decía Chivilcoy Sud. Empecé a caminar hacia el centro, pero se hacía largo el trecho y retorné a tiempo para agarrar un tren a Alberti (estación Andrés Vacarezza). Di unas vueltas y para el regreso bajé en Mercedes. Tomé el local a Gowland (la anterior) y allí fui a conocer la estación Agote, del San Martín, sin cartel y ni siquiera andén, por lo que dudé si era la estación o no. Con el siguiente tren ya volví a Moreno y Caballito.
El 29 de julio lo llevé a mi hermanito a juntar boletos en Zárate, Campana, Escobar y Benavídez.
El 4 de agosto abordé el tren Nº 313, denominado Estrella del Valle, disfrutando nuevamente del ritual del “¡Despachado!”, los pitazos, la bocina, el traqueteo, la aceleración, la curva de Turdera, las estaciones locales dejadas atrás de un soplo. Esta vez el viaje fue más largo, hasta Pigüé, donde tuve que pasar la noche. Al día siguiente hice mi recorrida y tomé el 314 a Coronel Suárez; dejé el bolso en la estación y fui hasta el terraplén del Mitre (ex FC Rosario a Puerto Belgrano), bordeándolo hasta que en un cruce agarré la vía, pasando por la estación, sin subir al andén porque había sentada una pareja de ancianos a la que saludé. Salí por la otra punta y me fui a conocer la ciudad. Estaban de votación por la reforma de la Constitución provincial.
Seguidamente tomé el 313 a Tornquist, debiendo pernoctar allí. A la mañana anduve de recorrida, viendo la imponente masa serrana que había allí cerca. El 314 llegó atrasado, y cuando llegué a General Lamadrid ya estaba ahí el 313 esperando; hice una rápida pasada por el centro y volví a la estación, pero el tren ya se había ido rumbo a Bahía Blanca, sin mí. De modo que tuve que resignarme a quedarme en la ciudad veinticuatro horas (pagando 25.000 australes en un viejo hospedaje), para poder regresar a Constitución.
Al otro día de haber vuelto ya estaba nuevamente en agencia, yendo a Cañuelas para ver si la tercera era la vencida. Conté que perdí el tren a Bolívar mientras esperaba en Ezeiza el de Cañuelas, pues salía después del paso del de larga distancia. Hubo otro intento que al parecer no registré en la agenda de fechas, según veo ahora. Para esa ocasión fui a Empalme Lobos a sacar boleto, y al llegar el tren, éste se colocó en un andén diferente al que esperaba, el mismo que los de Lobos, pero no podía ser que fuera a Lobos porque ese servicio lo cumplía el Horrible.
Me subí y empezó el viaje nocturno, esperando yo poder ver la primera estación, José Santos Arévalo. El guarda pasó sin pedir boletos. Empezó a haber luces; parecía que Arévalo era toda una población. Y al fin paró. ¡En Lobos!
El mundo se me dio vuelta. ¡Era el tren de General Alvear! ¿Me podrían cambiar el boleto por uno a Roque Pérez? Pero toda la gente se bajaba. Pregunté en la oficina o en boletería: “¿Este tren termina acá?” “Sí”. Claro: el servicio a Gral. Alvear había caducado el año pasado, pero no el tren, que seguía hasta acá, a modo de directo Once-Lobos. Hecho una furia contra el Destino, fui a la parada del colectivo a Empalme. El colectivo partió, ignorándome. Lleno de rabia y encono, fui a Empalme caminando, por el barro. Por supuesto, el tren de Bolívar ya había pasado. Me quedé en la sala, escribiendo mi desgracia en el anotador; pasó un tren, no sé si el mismo o un Horrible, pero lo ignoré. Volví con el siguiente a Merlo-Caballito.
Ahora estaba de nuevo en Cañuelas. Cuando había venido a tomar el de Tandil, había pedido en boletería:
-A Tandil.
-¡¿Uno a Tandiiil?! –preguntó el boletero.
-Sí.
Posteriormente:
-A Quequén.
-¡¿Uno a Quequéeen?!
-Sí.
Ahora seguía el mismo boletero.
-Uno a Bolívar -pedí.
Hizo que sí con la cabeza, como con satisfacción.
Por fin en viaje, la tercera la vencida. No recuerdo si todavía paraba en Arévalo, pero sí en todas las demás. Y había que amar al ferrocarril para hacer ese viaje; iba lentísimo, y afuera todo era negrura. El tranco hacía caúuu-a, caúuu-a, caúuu-a, caúuu-a, para rato después cambiar a ca’cacú-ca’cacú... ca’cacú-ca’cacú... ca’cacú-ca’cacú...
A altas horas llegamos a 25 de Mayo. Al salir, ¡vi una locomotora extraña asomada a un galpón! A Bolívar creo que llegaba a la 1:51, y salía a las 3:00. Hasta hacía no mucho se extendía a Daireaux, pero lo habían cortado. Di una vuelta por la nocturna Bolívar y a su tiempo regresé a tomar el tren para bajar en 25 de Mayo, debiendo recurrir al Hotel Deisy. Pasé el día en la ciudad, descubrí que la “extraña locomotora” era pequeña y de maniobras, algún locotractor viejo, y a la madrugada prendí la luz en la habitación y vi que era casi la hora del tren (5:30, creo).
Me vestí a los piques y salí disparando. Se escuchaba el motor de la locomotora en la estación, pero todavía había cola en la boletería. Saqué boleto a Empalme Lobos, para tomar el local a Merlo-Caballito.
Esa misma tarde fui a Mercedes, para el tren nocturno. Cuando pedí el boleto, vi con horror que iban a confeccionar el “boleto de papel”, y detuve al boletero. Para la estación de transbordo sí había el querido y deseado boleto de cartón, así que lo adquirí. Y otra vez viajar parado hasta Bragado.
En la madrugada bajé en Pehuajó y saqué boleto para la continuación. Para mi maravilla, el cartoncito era de un viejo color anaranjado-ocre. Volví a subir al tren, que allí se dividía y una parte seguía la línea principal a Toay. Yo viajaría por el ramal. Ya sabía qué estaciones vendrían, y al pasar por ellas asomaba la cabeza por la ventanilla si era una donde no paraba. Alagón, Albariño, el puente del Mitre (FC Rosario a Puerto Belgrano), Duhau, Corazzi, 30 de Agosto, La Porteña, Tres Lomas, Ingeniero Thompson y Salliqueló, donde bajé, mientras el tren seguía viaje, porque era la última cabecera de partido a la que se podía llegar.
Encontré una pensión a 30.000 australes para pasar la noche. La estación tenía dos andenes, uno de ellos, con el cartel distinto, correspondía al antiguo Ferro-Carril Bahía Blanca y Noroeste. Creo que ese día agarré el ramal de esta última empresa, que era el que seguí el tren, y al día siguiente el otro, ya sin servicio desde el desborde de la laguna Epecuén, que terminaba en Carhué. Como sea, tendría que haber encontrado la estación Caiomuta en las cercanías, según mi cuaderno-plano, pero no fue así, y alguien a quien le pregunté no la conocía (era del FCBBNO). Lo que sí encontré fue mulitas y una gallina muertas en la vía, y las insoportables perdices, invisibles a causa de su plumaje, que se escapaban volando ruidosamente de delante de uno, dándole un sobresalto.
Esperando el tren de regreso, el andén estaba lleno de gente, lo que me preocupaba, ya que el boleto no tenía asiento asignado. Pero subieron cinco; el resto eran los que venían a despedir. Volvía a Once, generalmente. Alguna vez paró por señal en Caballito y aproveché para bajarme.
Gabriel Ferreyra
El "Ferroviador" Azul

1 comentario:

  1. Hola devore la seccion ahora le toca al mitre, mas precisamente lejanos horizontes, dodne hablaste del ferrocarril desaparecido de mi ciudad de comodoro. me gustaria ver las fotos que sacaste, las busque por todos lados pero no estan. le pido por favor que me ayude a viajar de nuevo al pasado. elgonce@hotmail.com

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