Leer los relatos cronológicamente. Las fotos son propiedad de Gabriel, salvo mención expresa. El autor de estos relatos ha viajado para conocer los ferrocarriles por Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Brasil, México, etc. Sitio sin fines de lucro.

martes, 29 de septiembre de 2020

El Ferrocarril Provincial

La crisis ferroviaria, entre otros servicios, golpeaba al de Altarmirano. Que lo sacan, que no lo sacan. El de Lobos también quedaría muy castigado, y sus numerosas frecuencias se verían reducidas a cuatro.
Por eso es que en mi siguiente plan, el 6 de febrero de 1991, fui a Alejandro Korn (combinación en Glew), pues la continuación era insegura. Allí tomé un colectivo a Domselaar, para algo medio exótico: tomar un tren general en una estación local. No había boletería y había que sacar en la oficina. Allí vi unos extraños boletos, como de cartulina, que se marcaban con un sello fechador de números enormes. No sé de qué serían, pero a mí me dieron el no deseado “boleto de papel”, ése que a uno le quedan las tapas.
Esperando afuera, el boletero apareció para decirme que el tren que venía no era el mío, sino el siguiente. Lo tomé igual, bajando en Brandsen, y ahí subí al esperado. Era el que llamaban “la carreta” y “el lechero”, por parar en todas (salía a las 19:00 y algo de Constitución). En la madrugada bajé en Coronel Vidal, cabecera del partido de Mar Chiquita. Traté de dormir en el banco del andén.
Al mediodía agarré el de regreso, hasta General Guido. Me esperaba una estadía de veinticuatro horas. Vi las oxidadas vías del muerto ramal a Vivoratá vía General Madariaga (con extensión a Pinamar). Me insolé, me tiré en el borde del andén secundario, pasaban los rápidos, fui a la plaza, entraban los micros, las horas pasaban sin nada que hacer. A la noche traté de ir a dormir a una garita de micro en la ruta, donde me atormentaban los mosquitos. Me dejaron pasar la noche en la sala de espera de la estación. Lo que es ser un ferroviador obsesivo.
Al mediodía saqué boleto y regresé a Constitución, sin asiento. Fui a casa, me cambié, volví a Constitución y me dirigí a La Plata. Todavía había un tren de larga distancia que salía de La Plata. En turista no quedaba, y no se podía viajar parado; me resigné a sacar en primera, con SEREP. Agarré la ventanilla, aunque no me correspondía. No quería perderme la primera sección por nada.
Salió el tren, pasó por Tolosa y el andén de atrás de Ringuelet. ¡Viajar en tren por el ramal! Allí pasaron José Hernández, Melchor Romero, Abasto y Kilómetro 65. Más allá, ERA DESCONOCIDO.
Pasó Gómez, y más tarde algún apeadero que no conocía. Llegamos a Coronel Brandsen, donde tomamos la vía principal. El tren fue a velocidad de vértigo, dormí un poco, y como a las 4:30 bajamos en Mar del Plata. Sí, señor; había viajado en el tren El Platense.
Quise esperar la mañana en la sala de espera, pero parecía un hospital de campaña en plena guerra, lleno de gente. Me largué a caminar entonces, hasta llegar a la playa cuando clareaba; estuve en la Terminal de Ómnibus, y me pareció que tenía aspecto ferroviario (posteriormente me enteraría de que había sido ¡la estación Mar del Plata Sud!). Seguí por la costa y pretendí llegar al puerto, por los viejos tiempos, pero el maldormir me tenía mal y tomé un colectivo a la estación para volver con el primero que saliera, a eso de las cinco y algo de la tarde. Era un sábado, pero apenas me quedaban cuatro australes (o cuatro mil, no sé).
El 6 de abril, después de almorzar, fui a Constitución para viajar a Villa Elisa. Tras preguntar allí, tomé un colectivo hasta Arturo Seguí. Conocí la ex estación del Belgrano (FC Provincial de Buenos Aires), convertida en comisaría. Volví del mismo modo.
El día 20, con las mismas características viajé a José María Gutiérrez (vía Temperley-ramal de Bosques), con destino a Ingeniero Allan, del mismo ex ferrocarril mencionado. Ahora era una biblioteca. Por la vía (con rieles removidos en algunos tramos) llegué a El Pato, con su apeadero “C. A. (Colonia Agrícola) El Pato”, un refugio cúbico de material. Todo lo mismo para regresar.
El 27 fui a Bosques, y siempre con la Filcar en mano, llegué a Km 36, apeadero del FCPBA que constaba sólo del andén y dos carteles, con el típico esquema amarillo de fondo negro del Belgrano. A la vuelta bajé en Estanislao S. Zeballos, fui al terraplén del Belgrano y busqué Km 40, sin éxito. De regreso en Zeballos tomé el tren ahí; como es un apeadero, bajé en Mármol para sacar boleto y no tener problemas con el guarda, hallando la boletería cerrada. Entonces caminé a Adrogué, pero tampoco estaba abierta (crisis ferroviaria y sin venta de boletos). Subí al tren y saqué en Temperley.
El 28 tomé el tren 313, denominado Estrella del Valle, con el que anteriormente había llegado hasta Tornquist. Seguí más allá, fallando en ver la supuesta estación Aldea Romana que figuraba en la lista de localidades de los años sesenta (decía que era un lugar servido por el Roca). Así fue como llegué a Bahía Blanca vía Lamadrid. En el andén le pregunté al seco guarda:
-¿Hay algún modo de que pare en Médanos?
-No –medio ladró.
Y es que en los horarios Médanos figuraba como parada facultativa, pero parecía que lo facultativo era la voluntad del guarda. ¡Una cabecera de partido sin parada cabal!
Me hospedé en el Hotel Roma, que cobraba 80.000 australes ($8 de ahora), algo económico para entonces.
Al otro día temprano me fui a tomar la ya desaparecida empresa La Unión a Punta Alta. No sabía por dónde andaba, junto a una vía, cuando vi el cartel verde “Estación Puerto Belgrano” y me bajé. Era un edificio me parece que de madera, que había pertenecido a un servicio local de Bahía Blanca (o algo así había visto en afiches de horarios en Constitución), al que no había yo llegado a tiempo antes de su desaparición (¡otro más!). Tenía boletería habilitada, y con toda satisfacción pude contar con un boleto de cartón que decía “Bahía Blanca a Plaza Constitución / Expedido en Puerto Belgrano”, para el regreso de esa noche. Era la estación (más bien parada) del Mitre (ex Parada Punta Alta), usada por el Roca, y la ex estación del Roca se veía allá, convertida en museo, dentro de la jurisdicción de la Base Naval, así que no se podía pasar. ¡Maldición! Era tantalizante su cartel “Puerto Belgrano”.
A una cierta cantidad de cuadras estaba la estación principal del Mitre, Almirante Solier, de típica arquitectura del Ferro-Carril Rosario a Puerto Belgrano, con su marquesina doblada hacia arriba. Para irme de la ciudad, tomé un colectivo local a Villa General Arias, donde no hallé ni traza de la estación, ni supieron decirme. Volví a Bahía Blanca, y según parece visité de nuevo la estación Noroeste. Tomé un colectivo a Daniel Cerri, me indicaron dónde estaba la estación y para mi sorpresa fui a dar a Aguará, del ramal a Bariloche; ahí me dijeron que la estación General Cerri (ramal a Neuquén) estaba para el lado contrario, y la encontré y visité. Por último, de nuevo en el centro, otro colectivo me llevó a Ingeniero White, donde conocí la estación del ex FC del Sud y la estación Garro del ex Bahía Blanca y Noroeste.
Volví a Constitución.
Aprovechando el feriado del 1º de mayo, fui la tarde a Haedo, que sería en adelante mi nexo con las largas distancias, y tomé el tren a General Pinto, donde di una vuelta madrugueña y regresé a la estación para volver a Haedo. Otro partido menos.
El 4 de mayo proseguí con la exploración sistemática del Provincial. Luego del almuerzo fui a Claypole (vía Temperley), donde un colectivo me llevó a San Francisco Solano; para mi sorpresa, la estación se llamaba Parada Km 46,139, y parecía que estaba hecha casa. Allí tomé un colectivo a la Avenida Pasco, por la que llegué a la parada Pasco del mismo ferrocarril, otra casilla cuadrada de material. Caminando por la vía arribé a Monte Chingolo, ésta sí una estación-estación, donde había unos vagones con carbón, y unos horarios en una cartulina. ¡Andaba un tren!, aunque fuera de carga (corría entre Avellaneda y Gobernador Monteverde, en Florencio Varela, todo lo que quedaba de los servicios de carga y pasajeros a Azul, Olavarría y Mirapampa, en el límite provincial). Alguna vez tenía que ver si me dejaban subir a uno; ¡viajar en el Provincial! Siguiendo por la vía pasé por el apeadero A. A. Fernández, igual refugio cuadrado, y llegué a Avellaneda, saliendo creo que por un costado de la estación.
El 11 de mayo tomé en Haedo el tren a Lincoln, no sé ya por cuál de todos los ramales fue (había un tren que iba directo por el ramal que se desprende de Suipacha y otro por lo ramales Bragado-Los Toldos-Bayaucá, siendo ésta la anterior a Lincoln, donde se une al ramal de Suipacha), y tuve que pasar la noche allí y esperar a volver a la tarde siguiente, sin nada que hacer.
El 22 le tocó al Roca, hasta Dolores, hermosamente adornada la estación con las doradas hojas del otoño. Estaba para una foto, verdaderamente.
El 1º de junio quise evitar el casi brutal viaje de Caballito a Haedo en un tren relleno de toda la gente que salía del trabajo, bajando a los empujones. Así que me fui con el tren hasta Moreno y de ahí regresé a Haedo, bajando con comodidad y civilizadamente. La afortunada esta vez fue General Viamonte (estación Los Toldos); peculiarmente, tenía los carteles pintados según el esquema del Belgrano. El día siguiente estuvo lluvioso; anduve dibujando el plano de la ciudad en hoja cuadriculada para entretenerme con algo, y en la terminal resultaba tantalizante leer los destinos de colectivos de media distancia que iban a lugares que tenían estaciones de la CGBA (Fauzón, El Jabalí) y tal vez de otros ferrocarriles. Creo que la vuelta fue por las cinco de la tarde, y el tren (o el estado de vía) hacía saltar a los pasajeros en sus asientos, en forma poco digna, sobre todo a mí que siempre buscaba sentarme atrás de todo. Había sacado boleto a Mercedes para tomar el local, pero allí no sé si faltaba mucho para el próximo tren o qué, que volví al mismo y el guarda me hizo boleto a Once.
Para entonces ya estaba decidido a comprarme una cámara e ilustrar mis viajes. Mi primera foto la recibió la locomotora de maniobras “la Casilla” en Caballito, y de ahí fui a Once para fotografiar no recuerdo qué. Como no sabía manejar bien la cámara todavía, terminé rebobinando el rollo. Volví a casa, y en vez de ir a la casa de fotos a ver si se podía resacar el rollo, lo intenté yo, abriéndolo un poquito con una tijerita china, que usé también para tirar de la cinta. Consideré que había estropeado toda la película y la tiré, poniendo el otro rollo.
Así preparado, el 10 de junio fui a Haedo para un viaje encadenado. Soplaba una ola polar, y en la gélida casi madrugada del día siguiente bajé en Trenque Lauquen, aguardando en la sala de espera a que amaneciera. Estrené plenamente la cámara. Estaba el parque natural alrededor de la laguna que da nombre al lugar, donde reinaba una sensación de paz.
A las once de la noche o poco más, abordé el tren de regreso, bajando en medio de la madrugada en 9 de Julio, otra vez en la sala de espera hasta que se hiciera de día. Aquí era mucho más interesante, porque estaba la estación Nueve de Julio Norte, del Belgrano (CGBA). La gente que vivía ahí me dejó pasar a fotografiar; uno de los habitantes era un muchacho fotógrafo, que me regaló dos fotos de la estación, una en color de l5 × 18 y otra blanco y negro tal vez de 20 × 25.
Con uno de los colectivos locales (creo que el B) llegué a la ruta y seguí a pie. Un cartel de ruta indicaba la dirección a la estación Nueve de Julio Sud. El paraje se denominaba ahora El Provincial, y allí estaba la ex estación del FC Provincial de Buenos Aires, sin carteles, convertida en jardín de infantes y rodeada de un murito, si recuerdo bien.
En la terminal se podían tomar colectivos a otras localidades, como Patricios y Dudignac, con simpáticos colectivos viejos, pero en general eran servicios que habían venido a la mañana y ya se iban, de modo que no iba a poder volver en el día. O bien no entendía los horarios o no me explicaban bien. La cosa es que no tomé ninguno.
A la noche me senté en el banco del andén a esperar el tren de madrugada. Un empleado ya entrado en años y trato cordial abrió la sala de espera y me hizo pasar, por ser “cliente y un ser humano”. Y es que el clima no estaba para permanecer a la intemperie.
En la helada madrugada bajé en Pehuajó, y la sala de espera era parte del pasillo a la calle, al que se abría también la boletería. Así que estuve acurrucado al fresquete, sin poder conciliar el sueño. Al amanecer salí. Ahí enfrente había un hotel. Era viejo, y los chorros de la ducha salían finitos, apenas un poco más que tibios, y empezaron a perder fuerza.
Tuve que caminar un trecho para llegar a la ex estación del Provincial. Ahora era una escuela, y la única forma de sacarle a la parte interna era medio de lejos, no recuerdo si porque estaba alambrado el espacio intermedio o qué. Y por ahí no más estaba la amenazante inundación.
Me acosté bien temprano (como a las seis o seis y media de la tarde), para despertar a tiempo para tomar el tren, tanto porque mi reloj no tendría alarma como a causa de la falta de sueño de la noche anterior. Tuve éxito, y al cruzar a la estación escuchaba en el silencio de la madrugada el ruido del fechador de boletos.
Ahora fue el turno de Carlos Casares, con su cartel exóticamente anaranjado. En la Municipalidad obtuve un plano del partido, donde podía ver los otros ferrocarriles. Encontré estacionado por ahí un colectivo a Smith, y por lo que le entendí al poco comunicativo chofer, llegaba y salía; así que a la hora de tomarlo, en la terminal, opté por un destino intermedio: Moctezuma, la estación anterior, de la CGBA. Ahora era un jardín de infantes, y por suerte se podía entrar por un costado y le saqué fotos. Con el mismo colectivo volví a Carlos Casares.
La espera en el andén se hizo larga, pues empezó todavía de tarde. Tenté abrir la sala de espera pero parecía cerrada con llave. Los empleados que pasaban no me ofrecían entrar en ella, como en 9 de Julio. Bien entrada la noche probé de vuelta; estaba abierta.
Me senté... Desperté y el tren estaba ahí. En la boletería no había nadie, ¡y veía el boleto de mi próximo destino en la boletera, y era uno antiguo, anaranjado-ocre! Salí al andén y le dije al joven guarda que tenía que tomar el tren y no estaba el boletero. Me preguntó a dónde iba, y me dijo que subiera, que él me iba a hacer el pasaje.
Lleno de desazón, subí al tren. Y no arrancaba. Bajé. La boletería seguía cerrada. Entré en la oficina y vi al boletero charlando con el guarda.
-¿Se puede sacar boleto?
-Suba. Ya le dije que se lo voy a hacer yo.
Era demasiado joven yo como para discutirle a la autoridad, y falto de costumbre para reaccionar prontamente ante lo imprevisto, de modo que me quedé sin el ansiado boleto. Ya en el tren en marcha, me hice hacer pasaje a Pehuajó, lo que extrañó al guarda, ya que le había dicho que iba a ir a otro lado.
-Sí, pero voy a sacar boleto ahí.
-Pero si es lo mismo.
-Cosa mía... –le dije haciendo gesto de “loco” con mi dedo en la sien.
En Pehuajó dividían el tren, así que tendría tiempo. Obtuve un boleto blanco con franja roja desvaída, de aspecto viejo, con destino a José María Blanco, estación Tres Lomas, recientemente convertida en cabecera de partido. Fui a un hotel, que resultó medio careli; seguía nublado como en Carlos Casares, con amenaza de lluvia. Por la ventana del piso alto de mi habitación tenía la estación de frente, del otro lado de la calle, inmejorable para la foto (foto de la fachada). Estaba casi sin dormir, y me tiré a sestear luego de almorzar; desperté y miré por la ventana: seguía nublado. Al siguiente despertar me sorprendió el cielo despejado.
Crucé a fotear la estación. Igual que en Salliqueló, tenía también andén secundario, con cartel de letras metálicas sin fondo, correspondiente al FC Bahía Blanca y Noroeste, pues allí finalizaba uno de sus varios ramales. No había más nada que hacer hasta el día siguiente, que estuvo medio lluvioso. De acá para allá hasta el tren de la noche a Buenos Aires, donde llegué en la mañana del 17.
El 18 fui a tomar el tren Nº 313, Estrella del Valle. Disfruté una vez más de ver, escuchar y sentir las marchas de la formación. A la noche bajé en Bahía Blanca y fui a preguntar en la oficina si se podía bajar en Médanos. En abierto contraste con el guarda que dijo “Nooo” secamente la vez pasada, el joven empleado llamó por teléfono.
-Buenas noches, disculpe que lo moleste. ¿Permitiría que un empleado bajara en Médanos?
Lo permitió.
-¿Le preguntaste por empleado? –inquirí, inquieto.
-Yo me entiendo –replicó cordialmente, y me dijo que tenía que sacar boleto no recuerdo ya si a Nicolás Lavalle o a Algarrobo (creo que a ésta). Volví a subir. ¡Lo había conseguido!
Me lo marcó el mismo guarda que la otra vez me dijo “Nooo”. Yo iba parado en el acceso y esperaba ver las intermedias. Lo conseguí con General Cerri y Argerich, pero no con Mascota. Planeaba hacerle al maquinista el signo de seguir la marcha, que había visto ejecutar a alguien una vez, pero estaba el jefe de estación en el andén de Médanos, farol en mano; le tuve que dar el pasaje, pero era poca pérdida comparado con ¡haber bajado en Médanos! Además, en el SEREP no figuraba Médanos sino Algarrobo.
Fui al Hotel Comercio, un poco carucho para mi bolsillo; pero era porque tenía estufa.
-Ahora se la prendo.
-No hace falta.
-Mire que hace frío.
La puso en piloto y me dijo que la graduara como quisiera. Cuando se fue, la apagué, y levanté un poco la persiana (estaba bajada del todo) para que entrara aire. Igualmente, había tres frazadas en la cama.
Al día siguiente recorrí un poco el Médanos medio lluvioso y fui a comer sentado en un banco de la estación. Pero el viento salpicaba la lluvia, así que, sacrílegamente, me fui a la terminal, a esperar el micro a Bahía Blanca.
Anduve fotografiando, incluso en la estación Noroeste, donde andaba una locomotora Cockerill-Ougry (o algo así), que por su “cara” yo la llamaba “la Gallega”. Ya tenía foto de esta locomotora, comprada en Quilmes junto con la de la GT22 9085 y alguna del San Martín con los coches marrones; 25.000 australes cada una, que no salía económico.
Ya había Sol para entonces. Tomé un colectivo a Spurr, y en el viaje descubrí que no me quedaba cambio suficiente para volver; ¡me faltaban 10 australes! Rogué encontrarme plata. Al bajar del colectivo e ir hacia la estación, vi brillar algo entre el polvo: una moneda de 10 australes.
No quedaba ya sino tomar el tren 314, con el que en la fría madrugada bajé en Azul. Ahora ya sabía qué fotografiar (estaciones, municipalidad, iglesia, arroyo Azul). Otra vez el largo trecho a la ex estación del Provincial. Más tarde, tomé el 313 a Olavarría, y todo lo mismo (sólo que era el arroyo Tapalqué; en la foto salió una garcita). Bueno, el asunto del Provincial era más problemático, porque estaba convertido en comisaría; lo resolví foteando discretamente, al pasar, no muy cerca.
Fue el fin del periplo y regresé a Constitución con el 314.

Gabriel Ferreyra
El "Ferroviador" Azul

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